Entre trámites y polución, se pasa el día, de un lado al otro, viendo rostros convulsionados y llenos de estrés. Me hallo junto a mi familia, sólo con el único deseo de salir de aquel lugar gris y violento. Me siento desalentado, en las escaleras de lo que parece ser otra oficina de administración más. Sin embargo, en la entrada se encuentra un funcionario, en lo que parece ser su momento de descanso. Él está disfrutando su merienda del día. En un instante, nos mira de reojo, y nos dice; – Seguro, quieren salir de aquí no?-. Y a esto, mi esposa responde; – Si. De vacaciones-. Entonces de manera casi despreocupada, nos muestra unos libros de actas, que se encuentran en los escalones de dichas oficinas. Parsimoniosamente, abre dichos libros y nos señala que, podemos rellenar unos formularios de manera breve y concisa, luego nos indica, dirigirnos hacia una entrada, que nos dirigía a un largo túnel. Lo curioso, que esa entrada desentonaba con el contraste de la ciudad, de la que pretendíamos dejar. Era una entrada, llena de musgos y flores de primavera de humedales. Daba lo mismo, entramos.
Teníamos que cruzar, en el trayecto un gran puente, sobre un gran rio lleno de delfines y dos cetáceos de gran tamaño. Esto más que causarnos temor, nos embargaba de entusiasmo. Al otro lado, se podía visualizar una ciudad muy parecida a la que dejamos atrás, pero con una apariencia más sosegada y limpia, desde un cielo despejado hasta sus infraestructuras totalmente cuidadas. Ya adentrados en la ciudad, caminado por la calle, vemos un día de la cotidianidad sin aparentes situaciones alarmantes. Movimientos de tránsito vehicular y peatonal respetuosos y ajenos al apuro y al mal humor. Personas que aparentaban estar contentas consigo mismas y con su entorno. Preguntamos donde nos encontramos, como buenos turistas de lo exótico, y una transeúnte, nos sonríe y menciona, que seguimos en el mismo país, un lugar de donde los habitantes no quieren irse, siendo ellos/as responsables de la armonía y funcionamiento del lugar el que habitan. Yo dije a mi hijo, por favor peñízcame, creo que estamos soñando. Él me dice; -No papá, el que sueñas eres tú. Me peñizcó, era un sueño.
“Si cambias la manera de moverte, cambias la manera de pensar.” Moshé Feldenkrais (1904-1984). Este científico israelí, estudió la relación existente entre el movimiento corporal y la manera de pensar, sentir, aprender y actuar en el mundo, explorando nuevos patrones de movimientos vinculados a la autoconciencia. Sin embargo, no sé, si esta célebre frase la puedo relacionar de alguna forma, con otros importantes movimientos que nos acompañan desde los comienzos de la humanidad, como las diásporas.
El significado de diáspora, se relaciona mucho con las lecturas bíblicas, e implica la dispersión de colectivos étnicos o religiosos que se han visto obligados a abandonar su lugar de origen, estando de esta forma, distribuidos en diferentes partes del mundo. Seguro que aquellos que hicieron estos viajes cambiaron su manera de pensar, aunque la humanidad, ¿habrá cambiado en la manera de percibirles?.
En la actualidad, existen diferentes formas de diáspora, aunque no todas sean por obligación, quizás algunas también por seducción. Sin embargo, por una u otra razón es importante que podamos tener claro todos los aspectos que implican este movimiento migratorio, en especial los administrativos y legales.
Ya no es ajeno a nuestra vida cotidiana y nuestras relaciones sociales, tener cerca a alguien que han tenido que marcharse de su país por motivos personales, familiares o porque la desesperación colectiva de hambre, violencia y vulneración de los derechos humanos en su país, le ha motivado dejar su lugar de origen y en muchos casos sus vínculos afectivos. Esta misma persona se percibe vulnerable ante las nuevas condiciones que le ofrece el país de acogida. Muchos de ellos/as ante estas circunstancias buscan asilo y en otros casos refugio o si no les queda vivir en la clandestinidad.
La Convención de Ginebra de 1951, otorga el estatus de refugiado a ciudadanos cuyo motivo para migrar no ha sido voluntario sino generado por temores de persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas. A pesar, de esta declaración sobre los derechos humanos de un refugiado y sus posibilidades de conseguir refugio o asilo, el proceso en sí, es largo y agotador, y merece su consciente evaluación de contingencias.
En otros caminos sobre las diásporas, tenemos a los que se fueron seducidos por los estudios, la aventura y el amor. En este aspecto últimos mencionamos las parejas y familias que emergen en contextos migratorios, que agregando a sus dificultades propias de una relación y compromiso, se enfrenta a factores estresores propios de su condición como inmigrante. Ante esto, se ve con la disyuntiva de, fortalecer su vínculo afectivo o disolverlo. Si lo fortalecen, aprenden, que pese a las diferencias socioculturales, les une el cariño, tolerancia y las ganas de salir adelante como familia. Si es todo lo contrario, tenemos una aventura legal y emocional, que es mejor verse bien asesorado/a y fortalecido por todos los recursos que se encuentren a su disposición. ¿Qué recursos nos pueden ayudar a enfrentar estas situaciones?, ¿Qué rol tiene la familia en estas situaciones? ¿cómo mantener el bienestar de los menores, a pesar de pasar por estas dificultades?