“En medio de las armas, las leyes enmudecen.” Quizás esta frase es la más apropiada para tematizar este artículo. El filósofo, estadista e investigador, Cicerón nos recuerda desde el legado de sus pensamientos, cual es la sombra de nuestra naturaleza humana. Acaso no somos partícipes, de la violencia estructurada si desde una curiosidad mórbida somos espectadores de lo prohibido, y no hacemos nada, porque quizás como otro filósofo e historiador llamado Plutarco nos mencionaría “el morbo es la desobediencia de la razón y que todos, de algún modo, lo hemos practicado alguna vez”. Porque de algún manera, quizás inconsciente, podemos albergar en dimensiones incómodas, y porque no perversas, la semilla de la violencia. ¿Esta entonces la violencia omnipresente en nuestras vidas, y no solo un acto puntual, sino un continuo? ¿Cómo se convierte en un fenómeno invisible, permitido y aceptado?.
La violencia puede ser vista como un problema social trasciende lo circunstancial de un acontecimiento común; lejos de tratarse de situaciones aisladas. Quizás algunos/as no la tenemos asumida de esta forma o es difícil contraponerla o interpretarla como una vivencia propia o ajena, o sencillamente nos resistimos a confrontar esta situación con nuestros propios valores, estilos de vida, creencias, rituales tradicionales o nuestro propio sistema psicosocial y/o político. Lo que si es cierto que puede alcanzar a cualquiera en cualquier momento.
En este artículo quiero enfocarme a tres tipos de violencia que a muchos les es difícil percibir, asimilar y valorar como tal, para mucho una forma de violencia invisible, entre ellas tenemos la estructural, la simbólica y la normalizada.
Al mencionar la violencia estructural me refiero al poder que es ejercido desde las grandes fuerzas políticas y económicas, las cuales se encuentran históricamente arraigadas en la conciencia colectiva, y su influencia en este sentido, genera aislamiento, segregación y en muchos casos agresiones a las poblaciones socialmente más vulnerables. Desde estas podemos observar el racismo, la inequidad de género, los sistemas de restricción de la libertad y los términos desiguales de intercambio en el mercado globalizado entre las naciones industrializadas y las no industrializadas.
En el caso de la violencia simbólica, Pierre Bourdieu nos refiere, que la violencia simbólica es la que se experimenta desde una violencia interiorizada y asumida. Aquí las personas vivencian la dominación por parte de otras, como un hecho decretado y aceptan esta situación como normalizada. Es una especie de proceso de una colonización mental. Dentro de este mecanismo, puede presenciarse el conocido síndrome de mártir, donde la persona que sufre los abusos posiblemente piense se resolverá de alguna forma tan natural como surgió, mientras tanto su sufrimiento le otorga la plenitud y realización requeridas para llevar una vida significativa y llena. Pero en el fondo esta persona anhela el reconocimiento y la aprobación de su sufrimiento. La primera vez que se usó este término, fue por John Galtung como crítica ante el tipo de hostilidad que el estado Norteamericano suele aplicar en sus intervenciones sobre los conflictos del mundo, autoproclamándose conciliador de conflictos internacionales.
Y por último y no menos importante, tenemos la violencia normalizada, que anteriormente se denominaba violencia cotidiana, término acuñado por Franco Basaglia. Este tipo de violencia es aplicada a través de la indiferencia de la sociedad, ante la brutalidad que ejercen las instituciones sobre la población vulnerable, las cuales justifican sus actos a través de comportamientos sociales disfuncionales como rituales burocráticos, los procedimientos banales en el campo de la educación, la salud y el bienestar social, así como la búsqueda del consuelo religioso.
Estos tipos de violencia mencionados, conviven entre nosotros e interactúan con la violencia directa y visible que transita en cada rincón del mundo. Las consecuencias de la violencia, también se puede manifestar en la salud mental de las personas, problemas que no solo cruzan las relaciones intergeneracionales, sino también fronteras trasnacionales. Pese a tener que dejar sus lugares de origen y pertenencia hacia otros rumbos, la vida pasada les persigue y muchas veces les alcanza. Sin embargo algunas personas afectadas suelen decir “Nunca se reconoce a una persona fuerte con un pasado fácil”. Esto es lo que les refuerza seguir adelante.
Para tratar sobre este tema hemos invitado a la Dra Itzel Eguiluz. Maestra en ciencias de la Salud y Doctora en Migraciones internacionales e integración social. Entre sus colaboraciones como consultora, están organizaciones como ACNUR (agencia de la ONU para klos refugiados) y Partners in Health, entre otros. Asi mismo fue Parlamentaria titular del Primer Parlamento de Mujeres de la Ciudad de México en donde presidió la Comisión de Salud. Actualmente participa en la Red RREAL en donde coordinó el proyectos sobre el impacto de la pandemia por COVID-19, como parte de proyectos espejo que se realizaron en 22 países con sede en el University College of London.